El escarabajo salió volando siguiendo el curso del río. A su paso el agua se volvía cristalina y las piedras de la orilla brillaban como estrellas.
A Luna, una abeja que vivía en el bosque, le habían contado que los escarabajos nacían de unas piedras mágicas. Estas piedras, negras y brillantes, vivían dentro de la tierra al otro lado del río. Cuando la luz del sol tocaba las piedras, estas empezaban a brillar más y mas. Entonces ocurría la magia, de los costados de las piedras salían unas alas y los escarabajos nacían.
Su abuela decía que los escarabajos eran piedras mágicas que volaban gracias a la fuerza de la Tierra y del Sol. Su misión era muy importante, eran los encargados de que el agua de los ríos estuviera limpia y brillante.
La misión de Luna también era muy importante. Las abejas eran las que daban de comer a los árboles y creaban las flores. A Luna le encantaba su trabajo, sobre todo cuando visitaba a su amiga Figa, una higuera muy anciana Se sabía toda la historia del bosque ya que había vivido ¡más de 1000 años!
Mientras las abejas llenaban de vida el bosque, las encargadas de traer la lluvia eran las aves. Cuando ellas sentían que la tierra necesitaba agua, todas a la vez se elevaban en el cielo y empezaban a bailar la misma danza. Con sus alas creaban el viento que rompía las nubes, haciendo que llegara la lluvia.
Todos los habitantes del bosque hacían que la vida fuera vibrante y alegre, hasta que un día algo empezó a cambiar. Luna se dio cuenta de que algo no iba bien cuando el agua del río dejó de brillar. Su superficie ya no era clara y transparente, una lámina de color gris lo cubría todo. Ningún pez salía a la superficie para saludar a Luna. Todos se habían quedado en el fondo, asustados.
Mientras Luna miraba el agua del río notó que alguien le hablaba, era Figa la higuera, que quería que fuera a su casa. Su voz salía de debajo de la tierra y llegaba hasta sus antenas.
—Luna –le susurró Figa– ¡tengo que hablar contigo! Acércate a mi casa, es muy urgente.
Luna voló hasta donde vivía el árbol. Seguramente ella sabía que ocurría. Gracias a sus raíces que se extendían por todo el bosque, Figa se enteraba de todo y hablaba con todos.
La casa de Figa estaba en un claro cerca del río. Luna se posó en una de sus ramas y cerró los ojos, lista para escuchar al árbol.
—Algo va muy mal Luna —le contó Figa— hace tiempo que no siento a los escarabajos. Sin ellos, el río se ensucia y los peces ya no pueden vivir en él. El resto de animales tampoco tienen donde beber.
—Es verdad, hace tiempo que no veo ningún escarabajo —se extrañó Luna— ¿Qué les habrá pasado?
—No lo sé, pero creo que está relacionado con nuestros amigos los humanos que han vuelto al bosque. ¡Ve a hablar con ellos, Luna! Los humanos siempre han sido el oído del bosque, seguro que nos ayudan.
—¿Los humanos? —Preguntó Luna— ¿Qué son?
—Vivieron hace mucho tiempo con nosotros —le contó Figa— ellos eran los que alimentaban el suelo y lo llenaban de magia con sus danzas.
—¿Por qué no hablas tú con ellos? —le preguntó Luna— Parece que sois viejos amigos.
—Lo he intentado pero no lo consigo —dijo Figa mientras movía sus ramas— Estoy muy preocupada por ellos, Luna. Ya no escuchan las voces del bosque.
— ¡Qué raro! —se extrañó Luna— ¿qué crees que les ha pasado?
— No lo sé. He intentado hablar con ellos pero la voz de mis raíces no llega a su cuerpo.
— ¿Dónde están? —Preguntó Luna— Nunca he visto a un humano
— Los he sentido en el otro extremo del río. Ve hacia allí e intenta hablar con ellos.
Luna se dirigió al río. Cuando llegó pudo ver a los humanos. Eran muy, muy grandes y hacían mucho ruido. A Luna no le gustaba como se comportaban, no parecían los animales amables que describía Figa. No eran nada cuidadosos con las plantas e insectos que tenían cerca.
Se fijó en que sus pies y su cuerpo estaban cubiertos por una tela muy rara. Al acercarse más comprobó que también habían tapado todo el suelo con esa tela rara y que estaban construyendo sus casas en la zona en la que vivían los escarabajos.
Intentó hablar con varios de ellos pero era imposible, habían olvidado el lenguaje del bosque. Al volverlo a intentar, uno de ellos la espantó con su enorme mano. Voló asustada todo lo rápido que pudo hasta esconderse detrás de una tienda pequeña que había al final de la aldea. Allí, un pequeño cachorro humano la miraba extrañado.
Entonces el niño se acercó a Luna y le sonrió. Luna se dio cuenta de que no llevaba puesta esa tela rara que llevaban los demás. Estaba desnudo, lleno de tierra y hojas.
— Hola, me llamo Luna —le dijo la abeja al niño.
— ¡Hola! Yo soy Hielo —dijo el niño sonriendo.
— ¿Puedes oírme? —Le preguntó Luna sorprendida— Creía que ya no podíais oírnos. He intentado hablar con tu familia, pero nadie me escucha. Creo que es porque llevan esa tela rara en su cuerpo. Ya no tocan la tierra por lo que la voz del bosque no entra por sus pies.
— ¿Tela rara? —le preguntó Hielo— es plástico. A mí no me gusta, en cuanto te lo pones muchos de los sonidos desaparecen y te sientes solo y triste. Aunque te quite el frío también te aísla. Desde que mis padres se lo pusieron casi no puedo hablar con ellos. Es como si el plástico no les dejara verme ni oírme —Luna se dio cuenta de que Hielo se había puesto muy triste.
—No te preocupes Hielo, entre todos lo arreglaremos —Le dijo Luna con ternura— Está claro que el problema es esa tela. Tenemos que hacer que se la quiten y vuelvan a ser los de siempre.
Los dos se quedaron pensando, hasta que a Hielo se le ocurrió una idea.
—¡Ya lo sé! —exclamó alegre— toda mi familia se quita la ropa de plástico antes de irse a dormir. Podríamos cogerla y esconderla. Cuando se despierten podemos intentar hablar con ellos. Creo que sin el plástico podrán oírnos.
Cuando llegó la noche, Hielo y Luna fueron de cabaña en cabaña, cogiendo la ropa y zapatos de la familia de Hielo. Cuando la tuvieron toda, se la llevaron lejos de la aldea.
Al amanecer todas las personas de la aldea despertaron. Luna y Hielo oyeron como los adultos buscaban sus ropas. Primero estaban muy enfadados, pero cuando paso un tiempo y empezaron a caminar por el bosque, fue como si despertaran de un sueño.
Empezaron a mirar las plantas, a tocarlas con cariño y a olerlas. Todo el bosque les hablaba y ellos podían oírlos.
Figa por fin pudo hablar con ellos. Les contó el problema del río y de los escarabajos. De como la tela de plástico que habían colocado en el suelo hacía que los escarabajos no pudieran salir de la Tierra.
Entre todos, movieron la aldea de Hielo a un claro del bosque cerca del río. En cuanto quitaron el plástico del hogar de los escarabajos, estos salieron a la superficie y todos pudieron contemplar como nacían de las piedras, bañados por la luz.
La tela de plástico fue olvidada y los humanos volvieron a vivir en el bosque. La voz de la naturaleza había vuelto a sus oídos y gracias a ella recordaron como cuidar de los árboles, del suelo y de toda la vida.
FIN
Autora: Raquel Álvarez Franco.
M. Angeles Franco dice
Me ha encantado.
Sonia dice
Qué bonito Raquel! Cuanto por aprender de la naturaleza! Y recordar nuestros orígenes
Raquel Álvarez dice
Gracias 🙂 ¡Me alegro que os guste!