Cuento basado en un relato tradicional de la India que puedes ver en Colección de Historias de la Tierra.
Hola, me llamo Nara y vivo en Villa Alegre. Mi pueblo suele ser un lugar muy próspero, con comida, agua y ropa para todos. Pero hace meses que no llueve. El suelo de los campos se ha secado y los frutos que nos alimentan, también.
Por suerte, en mi casa no falta comida, ni agua, ni ropa, ya que mi madre y mi padre tienen mucha guardada.
En la calle oigo llorar a mi amigo Pepe:
—Ayyyy —dice—, ¡cómo me duele la tripa! ¡Cómo ruge y cómo grita!
¡Ayyyyy, qué hambre tengo, qué tormento! Ni un trocito de pan hay en mi casa. Ni una miguita de pan para llenar mi panza.
Me asomo a la ventana y veo a Pepe, muy delgado y con la cara muy blanca. A su lado está el sabio MuchoSe, que le da un trozo de pan y le mira preocupado.
MuchoSe ha llamado a los vecinos del pueblo para que se reúnan en la plaza. Mi madre y mi padre dicen que es un hombre muy sabio y muy bueno, al que todos respetan y quieren, así que van a ir a verle para saber qué quiere decir.
— Vecinos de estas ricas tierras —ha dicho el sabio—, la lluvia no llega a nuestro pueblo, por lo que los campos están secos y los cultivos perdidos. Pero bien sabéis que, en cuanto lleguen las lluvias, estas tierras volverán a dar el alimento suficiente para todos.
El sabio ha seguido hablando «Hasta que llegue ese momento la gente necesita comida. Si los ricos comparten lo que tienen, todos podremos aguantar hasta que lleguen las lluvias y las cosechas vuelvan a dar alimento.»
Mi padre y mi madre han bajado la cabeza y no han dicho nada. ¿Por qué se callan? Nosotros tenemos una habitación llena de comida. En cambio, mi amigo Pepe y su hermano están tan flacos que como sigan adelgazando, ¡van a desaparecer!
—¿No hay nadie que quiera compartir lo que le sobra para que todos tengamos comida? —ha repetido MuchoSe.
Nadie ha dicho nada. No entiendo por qué mis vecinos se callan cuando tienen mucha comida que les sobra.
Como nadie ha respondido, me he acercado a MuchoSe y le he dicho:
—Yo conseguiré comida para quienes no tienen. Iré de puerta en puerta y seguro que mis vecinos me dan lo que no necesitan.
MuchoSe me ha mirado muy contento y agradecido. «Por fin alguien a quien le importa lo que les pasa a sus vecinos», ha dicho.
El primer día fui sola de casa en casa con un cuenco que mis vecinos llenaron de comida. Uno de ellos me contó que su padre también pasó hambre cuando era niño y que sus vecinos le dieron de comer. Ahora él quería hacer lo mismo.
El segundo día me acompañó mi amiga María con su cuenco que también llenaron mis vecinos con legumbres y frutas.
El tercer día ya éramos muchas niñas y niños. Toda mi clase se unió para recoger comida para quienes no tenían. Cada uno de nosotros llevábamos nuestro cuenco y los habitantes más ricos del pueblo los llenaron de arroz, cereales y azúcar. Todo lo que conseguimos lo repartimos entre las personas más pobres.
En el pueblo nos llaman la Caravana de la Pequeña Esperanza. Lo de pequeño creo que es porque somos niños.

Mis vecinos, que antes no querían ayudar, ahora lo hacen encantados. Todos han empezado a compartir la comida y la ropa que no usan.
Mi amigo Pepe, el que se quejaba de la tripa del hambre que tenía, ya vuelve a ser el mismo. Ya no parece un fideíto andante. Por fin sonríe, y su hermano también.
Dice mi madre que mi gesto de compartir ha sido como una semilla que ha llenado todo el pueblo de flores generosas. Yo he sido la jardinera que ha devuelto la alegría a mis vecinos, y estoy muy orgullosa de eso.
Adaptación de: Raquel Álvarez Franco.
Bajo licencia Creative Commons CC BY-NC-SA.
Deja una respuesta