Cuento basado en un relato tradicional de Estonia y Letonia que puedes ver en: Colección de Historias de la Tierra.
Un día Miku se fue al bosque a buscar leña. Enseguida encontró un árbol, levantó su hacha pero entonces:
―¡PARA!¡PARA! ¡Déjame vivir! ―le dijo el árbol.
El hombre se quedó muy sorprendido, pues nunca había oído hablar a un árbol.
―Soy Abedul. Puedes usar mi piel para hacer cestas, y con mis ramitas puedes hacer escobas. Por favor, por favor, ¡no me mates!
―¡Vale, vale! Tranquilo ―le dijo el hombre―, no te cortaré.

―Gracias Miku. ―le dijo el árbol―. Si tú cuidas de nosotros, nosotros cuidamos de ti.
Siguió andando hasta que encontró otro árbol. Levanto su hacha yyyy:
―¡PARA!¡PARA! ¡Déjame vivir! ―le dijo el árbol―. Soy Roble. Yo puedo vivir miles de años. Mi madre le dio sombra a Julio César. Además, mis bellotas alimentan a los animales del bosque, y tú te alimentas de estos animales.
―¡Vale, vale! Tranquilo ―le dijo el hombre―, no te cortaré.
―Gracias Miku ―le dijo el árbol―. Si tú cuidas de nosotros, nosotros cuidamos de ti.

Siguió caminando, deseando que no hubiera más árboles parlanchines. Pero no fue así.
Conoció a Pino, que le dio piñas para su chimenea.
Conoció a Nogal, que le dio nueces.
Cada árbol que encontró tenía una misión en el bosque. Uno era la casa de muchos pájaros, otro daba sombra en verano a los animales. Todos tenían algo que aportar.
Por fin, Miku dejó el hacha en el suelo, se sentó en una piedra, y se puso a pensar.
«No puedo hacer daño a estos árboles, todos tienen una misión. ¿Cómo puedo conseguir leña sin hacerles daño? ¡Ya sé! Recogeré ramas del suelo y con ellas haré fuego».
Justo en ese momento, un hombrecillo de larga barba gris emergió por entre los árboles. Vestía una camisa de corteza de abedul y un sombrero hecho de bellotas.
―Has tomado una sabia decisión ―dijo el hombrecillo, como si hubiera podido escuchar los pensamientos de Miku―. Yo soy el espíritu del bosque, y te doy las gracias por no haber dado muerte a mis hijos.

«Como agradecimiento ―prosiguió―, te voy a regalar algo.»
Y le entregó a Miku una pequeña varita de madera.
―Cada vez que necesites algo ―dijo el hombrecillo―, muestra la varita y pídelo. Todos los seres estarán encantados de ayudarte a cambio de tu bondad con los árboles.
«Si necesitas miel, saca la varita y muéstrasela a las abejas.
Si quieres moras, saca la varita y muéstrasela a los pájaros.
Si necesitas labrar tus campos, muéstrasela a los topos.
Todos los las criaturas te ayudarán, Miku.
Pero, ten cuidado con una cosa, jamás pidas algo que vaya contra la naturaleza. Nunca pidas algo imposible. Nunca hagas eso o algo terrible te sucederá.»
Entonces el hombrecillo abrió mucho los ojos, se llevó el dedo índice de la mano derecha a la punta de la nariz y desapareció.
Después de la sorpresa, Miku volvió a casa con su varita.
«Me pregunto si la varita funcionará».
Extendió la varita y les dijo a las abejas:
―Abejas, me encantaría un poco de miel ―. Y las abejas le trajeron miel.
―Pájaros, me gustaría comer bayas―. Y los pájaros le trajeron bayas.
Y así pasó su vida Miku, muy feliz con su varita, teniendo siempre cuidado de lo que pedía.
La varita la dejó en herencia a sus hijos, que también vivieron felices en el bosque. Cuidando siempre de no pedir nada que fuera en contra de la naturaleza.
Cuando la varita pasó al nieto de Miku, él ya no vivía en el bosque.
Al nieto de Miku no le importaban los árboles, ni los animales.
Tampoco escuchaba a sus abuelos y abuelas, ni lo que le dijo a Miku el hombrecillo.
El nieto de Miku usó la varita de muy mala manera:
Pidió a la varita oro, para tener un gran tesoro.
Pidió a la varita plata, para tener una cuchara que no fuera de lata
Y así pidió y pidió cosas que para nada necesitaba.
Un día de invierno, el nieto de miku se fue al campo. El día estaba nublado y hacía mucho frío. Al nieto de Miku no le gustaban los días así. Sin pensarlo levantó su varita al cielo y dijo:
―Sol que casi no brillas en estas tierras, quiero que brilles y nos calientes. ¡Que tu calor se vuelva ardiente!
¿Sol ardiente en pleno invierno? Imaginaos que pasaría: las plantas que estaban esperando para nacer se quemarían con su calor.
Los árboles que perdieron sus hojas en el invierno, no volverían a brotar si no había primavera. Tampoco podrían dar sus frutos, y los pájaros, ciervos y humanos se quedarían sin comida.
El nieto de Miku se olvidó de cuidar la naturaleza y la varita desapareció, junto con el nieto de Miku, al que nadie volvió a ver.
Cuando pasó esto, los árboles se pusieron muy tristes. Les dio pena el nieto de Miku, que no había entendido la importancia de cuidar de todos.
Así que los árboles decidieron no volver a hablar a ninguna persona que no viviera con ellos y los entendiera.

Aunque dicen que si caminas despacio por el bosque y escuchas en silencio, todavía puedes oírlos susurrar en las copas de los árboles «Si tú cuidas de nosotros, nosotros cuidamos de ti».
Así que si quieres oír hablar a los árboles, solo tienes que tratarlos bien y agudizar el oído.
FIN.
Adaptación de: Raquel Alvarez Franco.
Bajo licencia Creative Commons CC BY-NC-SA.
Deja una respuesta