Este relato es una versión para niños de esta historia recogida por La Colección de Historias de La Tierra.
Por una enorme y húmeda selva, va un elefante caminando con paso cansado. De pronto, en mitad del camino, ve un pequeño ratoncillo inmóvil, panza arriba, con las patitas estiradas en dirección al cielo.
«¿Estará muerto?», se pregunta el elefante mientras se aproxima al pequeño ratón.
Al llegar a su lado le da un ligero golpecito con la trompa, para ver si está vivo.
—¡Eh! ¡No me empujes! —grita el ratoncito enfadado.

—Estaba comprobando que estabas vivo —dice el elefante— ¿Y qué haces aquí en mitad del camino? ¿Es qué no ves que alguien podría pisarte?
—Precisamente estoy aquí para que todo el mundo me vea —responde el ratón—. He oído decir que el cielo va a caer sobre nuestras cabezas hoy. Si eso ocurriera, yo ya estoy preparado para poner mi parte y ayudar a sostenerlo.
El elefante se queda inmóvil, sin reaccionar, durante unos instantes. ¿Habría oído bien lo que había dicho aquel ratoncillo?
De pronto, el elefante suelta una estruendosa carcajada que recorre la jungla. Una carcajada como sólo un elefante podría hacer a través de su trompa.
—Pero, ¿acaso te has vuelto loco, ratoncito? —dijo el elefante cuando consigue controlar un poco su hilaridad— ¿De verdad crees que con esas esmirriadas patitas que tienes vas a poder sostener el cielo?
Aquello no le gusta nada al ratoncito, que con gesto enojado levanta la cabeza, se vuelve hacia el elefante y le dice:
—Sé perfectamente que no voy a poder sostener el cielo yo solo. Por eso precisamente me he puesto en mitad del camino, a la vista de todos. Porque así, cada criatura podrá imitarme para hacer lo que esté en su mano, ¡Y esto es lo que está en mi mano!
Deja una respuesta